Regresos

La Guerra de Malvinas fue el conflicto armado que enfrentó a Gran Bretaña y Argentina por los territorios insulares del Atlántico Sur (islas Georgias, Sándwich y Malvinas) entre el 2 de abril y el 14 de junio del año 1982. Fue el único conflicto internacional que protagonizó la Argentina en el siglo XX. 

Desde el 24 de marzo de 1976 las fuerzas armadas se habían adueñado del gobierno estableciendo una dictadura militar. Este régimen, a principios de la década del ´80, sufría una grave crisis económica, social y política[1]. En este contexto, el hecho de ocupar las islas Malvinas, territorios que históricamente habían sido reivindicados como parte de nuestra nación[2], podría ser interpretado como una acción tendiente a recuperar la legitimidad política perdida ante la sociedad por las fuerzas armadas.

En la guerra participaron el Ejército, la Fuerza Aérea, y la Marina, tanto cuadros militares como conscriptos, que eran jóvenes de 18 y 19 años -en su mayoría- que estaban bajo bandera[3]. La movilización a las islas comprometió 14 mil hombres[4], de lo cuales 300[5] aproximadamente no regresaron.

Tras duros enfrentamientos, y al cabo de los 74 días que duró el conflicto, se firmó la rendición argentina. A partir de ese momento, las tropas quedaron como prisioneros de guerra de las fuerzas británicas en distintos puntos de concentración, durante un período que osciló entre 6 y 30 días.

El regreso, que es el tema de este ensayo, comprendió no sólo a quienes retornaron luego del 14 de junio, sino también a aquellos que volvieron previamente por distintos motivos: hundimientos de buques, prisioneros de la primera batalla en Darwin, heridos, entre otros.

El retorno fue un largo camino que empezó con el primer contacto con el continente en distintas ciudades patagónicas (Puerto Madryn, Trelew, Comodoro Rivadavia, Punta Quilla), pasando por las diversas unidades militares, hasta llegar a los distintos  destinos, es decir los lugares donde habían sido convocados para ir a la guerra.

 

 

 

 

"Llegaron de noche, por la puerta de atrás"

 

Nos llevaron a Campo Sarmiento, que era en Puerto Belgrano, un galpón enorme, y nos sentaron a todos en el piso alrededor del galpón. Y en el galpón así en el medio, había como... como mesitas, así, como de escuela, pupitres, así, con dos sillas, con un militar de inteligencia. Y te sentaban a vos adelante, el tipo escribía, te tomaban declaración de todo lo que habías hecho, de qué habías visto, qué opinabas. Después te terminaban de tomar declaración, firmabas la hoja, y decían "de esto, no se habla con nadie, esto se tiene que olvidar, recuerden que tienen familia". Una amenaza viste, como que te podía pasar algo si hablabas de eso, "no se habla con la prensa ni con la familia, ni con nadie."[6]

 

Fueron 74 días de guerra. Desde que pisaron el continente hasta que pudieron reencontrarse con sus familias pasaron 6 días y, a veces, más.

La sociedad argentina no supo del retorno de los protagonistas de la guerra. Las autoridades militares, mientras pudieron, utilizaron todo tipo de estrategias para esconderlos. Los soldados cuentan que el traslado desde el aeropuerto hasta sus respectivos destinos fue de noche y en vehículos sellados, es decir sin posibilidad de ver el exterior y ser vistos por la población. De hecho, muchos de los que habían arribado con la luz del día, tuvieron que esperar hasta que oscureciera para poder partir.

Una vez en destino, el silencio fue la clave. Algunos fueron recibidos y felicitados por las autoridades militares, pero la gran mayoría no fue tan afortunada, y directamente fue encerrada en algunos de los galpones de los cuarteles, donde fue aleccionada por personal de inteligencia militar. Se exigió silencio sobre las experiencias vividas, sin distinguir jerarquías. Pero según el rango militar, los modos de imponerlo variaron.

¿Qué sucedió con cada sector?

Los oficiales y suboficiales fueron conminados a redactar un informe detallado en el que  debían explicar extensamente el accionar del grupo del que estuvieron a cargo en la guerra. Este trabajo fue extenuante, porque en muchos casos llevo más de un día de elaboración, y esto retrasó el reencuentro con sus familias.

Este sector, que desde antes de la guerra pertenecía a las fuerzas armadas, tenía incorporada como práctica el silencio institucional. Por lo tanto, no fue necesario para el personal de inteligencia imponer "discreción", ya que era parte de un pacto de silencio previo. Como afirma un suboficial: "la ropa sucia se lava en casa"[7]. Aunque también hubo casos de suboficiales que explícitamente fueron instados a callar, apelando a la amenaza personal.

Los conscriptos recibieron una persuasión conjunta: personal de inteligencia y capellanes militares los intentaron convencer que su silencio evitaría un sufrimiento aún mayor a sus familiares y otros allegados. En el mismo sentido usaron el argumento de que la sociedad dolida por la derrota podría agredirlos, ejemplificando con rumores sin asidero en la realidad, como aquel que contaba que los pasajeros de un tren habían arrojado a un conscripto con el vehículo en marcha. Con este tipo de estrategias, las fuerzas armadas intentaron trasladar la decisión política de imponer silencio sobre lo ocurrido en la guerra, hacia la sociedad, haciendo parecer que eran los ciudadanos quienes necesitaban ese silencio, aprovechando la situación de dolor por la derrota.

¿Qué es lo que las fuerzas armadas querían soslayar?  El mero hecho de la derrota militar, y la pésima planificación estratégica y logística de la guerra. Ellos mismos con elocuencia admitían: "…´sabemos que no comían bien, sabemos.... pero de eso no se habla'."[8]

¿Por qué querían esconder esa realidad? Porque develarla implicaba sumar a la crisis general del gobierno militar, un factor que socavaba su razón de ser institucional: la derrota militar demostraba que además de sus graves errores políticos en el gobierno, habían fracasado en su función específica, la defensa de la soberanía del territorio nacional.

Entonces también fue necesario mejorar el aspecto físico de los que volvieron con muchos kilos menos, sin higienizarse por semanas y con la misma ropa con la que partieron. Al llegar a sus destinos, inmediatamente se revirtieron las tres carencias: les dieron insumos de higiene, les proporcionaron uniformes nuevos y limpios, y los encerraron para alimentarlos hasta llegar a un peso saludable durante el tiempo que fue necesario, como explica un conscripto: "Nos tuvieron en engorde una semana en Campo de Mayo y una semana más en Sarmiento. Nos daban pastas, ravioles, fideos, no hacíamos nada: descansar, comer y dormir. Así que nos inflamos, llegamos bastantes gorditos."[9]

Las respuestas a tales propuestas fueron distintas. Quienes pertenecían a las fuerzas armadas acataron el mandato. Algunos, si bien en sus actos y declaraciones guardaron las formas, no acallaron en su interior la disconformidad y la angustia por no poder hablar de esas experiencias que aún hoy asumen con honor. En cambio, algunos conscriptos mostraron resistencia abiertamente, porque en definitiva ¿qué autoridad tenían esas personas que no habían estado en la guerra para exigirles que no hablaran de sus experiencias recientes?

 

Reflexiones finales

 

Yo siempre digo que ahí [durante la recepción en su destino] [...] ahí nos empezaron a hacer sentir, nos hicieron sentir vergüenza de ser veteranos de guerra, y es uno de los motivos que nos llevó 20 años de poder empezar a hablar de esto. [...] Y ahí ya nos hicieron sentir vergüenza de  haber... [...] Te sentís culpable de la derrota.[10]

El Estado Argentino no estaba preparado para una guerra, ni mucho menos para contener a quienes regresaban. La imposición de silencio fue una de las soluciones que encontró el gobierno militar para esconder las propias falencias institucionales. El impacto fue profundo y duradero: hoy, 26 años después, todavía hay protagonistas que no quieren o no pueden hablar de sus experiencias. Muchos otros, no resistieron la imposibilidad de la palabra y se suicidaron.[11]

El gobierno militar tampoco se hizo cargo responsablemente de otras necesidades de la posguerra. Sobresalen en los testimonios dos dificultades en particular: la carencia de cobertura médica en tratamientos de índole psicológica para estos actores que traían de la guerra experiencias traumáticas muy difíciles de elaborar; y  la difícil inserción laboral.

En ocasiones, los representantes de las fuerzas armadas ni siquiera cubrieron las obligaciones institucionales más básicas, como informar personalmente a los familiares de los fallecidos en la guerra, delegando esa responsabilidad en los sobrevivientes del conflicto.

 

La Guerra de Malvinas, y con ella las experiencias de sus protagonistas, se ha intentando esconder bajo varios mantos de silencios: al silencio oficial del gobierno militar de la posguerra y de los gobiernos democráticos, se sumó el de la gran mayoría de la sociedad, ya que para la misma recordar el conflicto implicaba cuestionarse su propia participación y responsabilidad en el mismo.

El silencio sobre las experiencias que fueron y son fundamentales en la vida de estos actores, a partir de las cuales han construido su identidad y su lugar de pertenencia en la sociedad, contribuyó a profundizar los traumas de posguerra, haciendo que muchos de ellos aún hoy no puedan hablar del conflicto y no logren otorgarle un sentido a sus vivencias.

Creemos que, a 26 años del conflicto, es necesario crear espacios de divulgación y debate sobre lo sucedido en Malvinas; que es relevante sumar las voces de estos actores a la discusión para complejizar nuestra historia reciente; y evitar, así, la desaparición de una -entre otras- parte de nuestra historia y miles de memorias por incomodidad.

 

Autoras

M. Florencia Fernández Albanesi* y Andrea B. Rodríguez**

 

Universidad Nacional del Sur

floferalba@hotmail.com- andrea_belen_rodriguez@yahoo.com



* Alumna avanzada de la Licenciatura y Profesorado en Historia de la UNS.

** Profesora en Historia. Alumna avanzada de la Licenciatura en Historia, UNS.



Bibliografía

 

Guber, R. (2001) , ¿Por qué Malvinas?. De la causa nacional a la guerra absurda. Buenos Aires: F.C.E.

 

Lorenz, F. (2006), Las Guerras por Malvinas. Buenos Aires: Edhasa.

 

Speranza, G. y Cittadini, F. (2005), Partes de Guerra. Malvinas 1982. Buenos Aires: Edhasa.

 

Fuentes

 

 Entrevistas realizadas por Andrea Belén Rodríguez en el año 2007, a los integrantes del Apostadero Naval Malvinas, unidad logística de la Armada, para su tesina de la Licenciatura en Historia.



[1] A partir de comienzos del ´80, los síntomas de la crisis comenzaron a evidenciarse: las denuncias nacionales e internacionales por las múltiples violaciones a los derechos humanos, sumadas a la incipiente movilización obrera por el descalabro económico provocado por la inflación de precios, en el marco de un gobierno inconstitucional con graves falencias administrativas e institucionales, provocaron una pérdida de legitimidad del régimen militar.

[2] Desde la ocupación de las islas por parte de fuerzas británicas en el año 1833, la cancillería argentina ha reclamado la soberanía sobre ellas al gobierno inglés y ante organismos internacionales, como la ONU.

[3] En el año 1901, se implementó por ley el servicio militar obligatorio para todos los ciudadanos hombres mayores de 21 años. A partir de 1973 la edad de reclutamiento pasó a los 18 años. Finalmente, en 1994 a raíz del caso Carrasco, la ley fue derogada.

Los términos conscriptos, civiles bajo bandera y soldados se entienden por sinónimos.

[4] En esta cifra no están considerados los tripulantes de los diferentes buques que estaban en la zona. De ser así la misma se duplicaría.

[5] No se consideran los tripulantes fallecidos.

[6] Entrevista a Ramón Romero, cabo primero- Armada, en Bahía Blanca, Buenos Aires,  22 de junio de 2007.

[7] Entrevista a Abel Mejías, cabo segundo- Armada, en Punta Alta, Buenos Aires, 17 de noviembre de 2007.

[8] Entrevista a Ricardo Rodríguez, cabo principal- Armada, en la ciudad de Buenos Aires, 27 de noviembre de 2007

[9] Testimonio de Guillermo Huircapán, conscripto del Ejército clase '62, en Speranza y Cittadini, p. 185

[10] Entrevista a Ramón Romero, cabo primero-Armada, en Bahía Blanca, Buenos Aires,  22 de junio de 2007.

[11] No existen cifras oficiales, pero se calculan que hasta el presente ya 400 veteranos se suicidaron en la posguerra, cifra que supera a los caídos en las islas.

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