viernes, 21 de agosto de 2009

Malvinas: la batalla subterránea, a propósito de Los Pichiciegos de Rodolfo Fogwill

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Suele ser un problema para la literatura representar lo real. El discurso literario remite a lo real pero no pretende afirmar sino, previo pacto con el lector, convencer. El discurso de la historia, en tanto, busca colocar al discurso literario de lado de lo irreal cuando es, en verdad, la realidad la que está del lado de la ficción.

 

Es un pre-juicio lingüístico oponer ficción y realidad. Peor aún caer en el trillado silogismo: "la realidad supera a la ficción" que no hace más que ponderar el carácter hiper-realista de la ficción. Interesa pensar el término ficción como una forma de modelar un hecho real para que ese hecho se enriquezca. Como si la ficción fuera un trabajo de artesanía, diseñada por manos que, con pocos elementos, construyen un utensilio.

 

El Proceso de Des-organización nacional que comienza el 24 de marzo de 1976 no sólo instaura el crimen, la ruina y la vejación sino también una para-realidad. Es decir: una idea de lo real que, a la mayoría de los argentinos, les imposibilita idear y proyectar una representación de sí mismos y del país.

 

La guerra de Malvinas, la derrota posterior, no sólo pone fin a la dictadura iniciada seis años atrás, sino (de)muestra que el vínculo entre la sociedad civil y el "Proceso", hizo olvidar que los verdaderos usurpadores de la tierra eran los militares y, a su vez, la borrachera de miles de argentinos que festejaban mandar a la muerte a sus hermanos por una patria que habían entregado.

 

La masiva adhesión (sólo unos pocos sectores se opusieron) a la guerra expresada de diversas formas: donaciones múltiples, elaboración de consignas patrióticas, enrolamientos voluntarios varios; el exitismo oficial fogoneada por los medios devino, una vez consumada la derrota, en trauma: "de eso no se habla".

 

En los Pichi-ciegos ninguno de los personajes sabe bien por qué está en la guerra. Sus preocupaciones no pasan por batir al inglés sino, más bien, por cómo sobrevivir al hambre y al frío. Ganar la guerra era secundario porque sabían que era imposible. Sólo "un boludo" apodado irónicamente "Galtieri" y un coronel, quien cree que en Malvinas estaba el ejército de San Martín, confiaban en que podían ganar la batalla.

 

Sólo los que sabían que la guerra estaba perdida antes de empezar tenían posibilidades de sobre-vivir ("de ésta no salimos vivos sino nos avivamos"). Lo visible, lo de superficie estaba condenado o se exponía a la muerte. A diferencia de lo que la guerra despierta en la sociedad argentina, el descreimiento y el escepticismo es el tono dominante en la novela. La dictadura mostraba una (nueva) ficción ("seguimos ganando"); la ficción, en tanto, crea una (nueva) realidad.

 

 

La dictadura surge como una tiranía que somete y oprime a sus ciudadanos y sus conciencias y de la que hay que huir, liminalmente, por los caminos ausentes del tránsito oficial. Lo invisible del tránsito oficial es el lugar que Fogwill elije para sobre-vivir a la guerra. El subterfugio que los pichis -en alusión al animal ciego cuya vida es subterránea- eligen es profanar la tierra. Pero ese en-tierro al que se someten para no morir es, en principio, una protección contra la guerra pero no para la muerte.

 

Los pichis "son los que se avivaron". Están unidos por la necesidad: cómo sobre-vivir a la guerra. El espacio sub-terráneo pasa a ser, para ellos, el escenario de la guerra. No lo que se ve sino lo oculto. El lugar se convierte en una microsociedad donde se llevan a cabo todo tipo de intercambios y canjes: es el lugar de comercio y consumo.

 

La metáfora de Fogwill es certera con lo que sucedía en el país: la guerra como negocio. El negocio para la dictadura de legitimar su poder y su perpetuación por largo tiempo. Vale interrogarse sobre la conveniencia de ganar la guerra para la glorificación de la dictadura o la derrota para el advenimiento de la democracia. Los pichis no tienen tiempo para responder la inquietud pero "esperan que todo termine rápido".

 

La guerra aparece en la novela atravesada por lo comercial: la pichichera (lugar donde habitaban los pichis) era poco menos que un almacén. Vaciados ideológicamente, en los pichis (¿anticipa Fogwill los 90?) la economía y el cálculo priman en sus conversaciones ("la mano, gil, se estaba helando la izquierda. Pensá un poco: es oficial, pierde una mano helada, se queda sano, calentito en el hospital, pasa a retiro con un grado más alto y va todos los meses con la mano que le quedó a cobrar el sueldo al banco") ("¿Cuánto ganará un coronel").

 

Si la derrota en Malvinas era el devenir de la democracia, Fogwill, cual profeta, ya anticipaba lo que vendría: la supervivencia como modo de vida, la primacía de la economía por sobre la política y, por sobre-todo, la rotura de un pro-yecto de vida y de nación.

 

La Nación

 

Si el fervor patriótico que despertó en la sociedad civil, la efímera recuperación de Malvinas buscó la unidad nacional, clave para oxigenar el régimen militar; si millones de argentinos, embanderados, descubrieron la oportunidad de encontrar una identidad común con la guerra, los Pichiciegos muestra que identidad y unidad es lo primero que estalla con la guerra.

 

Al llegar a Malvinas y como las operaciones del ejército van deteriorándose, los pichis configuran un nuevo territorio: el lugar subterráneo donde buscan sobre-vivir. Su tierra es estar bajo la (su) tierra.

 

 

 

 

 

 

 

Fogwill va minando, a lo largo de la novela, la identidad con la presencia de un uruguayo entre los soldados argentinos ("nací en Uruguay pero me anotaron argentino"); el gusto de los pichis por las radios inglesas porque paradojalmente pasan folklore, chamamé y tango (las frecuencias argentinas emitían "rock, tipos con voz finita, canciones de protesta, historias de vaguitos"); la presencia de un jeep inglés con

"una mano de pintura " para "hacerlo" argentino van vaciando las esencias del "ser argentino". Los pichis son eso: seres sin nación2 y sin esencia que caminan hacia la muerte.

 

Los pichis mueren –sólo se salva Quiquito, quien narra los hechos- asfixiados en la pichichera. El habitáculo que los protegía de la guerra y de la intemperie termina ahogándolos. Lo que los protegía -los salvaba- los termina asfixiando.

 

La novela de Fogwill habla del conflicto y lo extiende. Lo proyecta hasta actualizarlo e interrogar sobre qué hizo la sociedad, derrota consumada, con los sobre-vivientes de la guerra, una vez finalizada la fiesta de la dictadura cuya euforia colectiva, sufrió el malestar de la borrachera: la resaca fue amnesia.

 

Los Pichiegos busca poner en superficie que para ciertas realidades la única manera de surgir en el mundo es a partir de la ficción. Sino leeríamos y nos sorprenderíamos a partir de una pregunta que surge en la novela de Fogwill:

 

"¿Leíste en el diario de hoy la banda de cuatro pibes de la guerra que estaban afanando coches?".

 

 

 

Sebastián Vega

1 La novela de Fogwill fue escrita en la semana que va del 11 al 17 de junio de 1982. Un primer manuscrito, antes de su publicación, fue leído por críticos y editores. Recién en 1983, advenimiento de la democracia mediante, fue publicada por primera vez. Rodolfo Fogwill, Los pichiciegos, Buenos Aires, Interzona, 2006.

2 Sin ahondar en la complejidad del término, lo entendemos aquí como límite socio-espacial, como geografía política.

 

Actividades - Regresos

La Historia se vale de distintas fuentes para conocer nuestro pasado y presente. Música, cine, fotos, prensa, relatos, poemas y otras manifestaciones artísticas, contribuyen a mantener viva la memoria y enriquecer la construcción e interpretación de la historia. Teniendo en cuenta este supuesto:

1) Leer las siguientes selecciones documentales (una canción, un testimonio y un poema):

La casa desaparecida (fragmento)

Madre ponme en la chaqueta las medallas
los zapatos ya no me los puedo poner
mis dos piernas se quedaron en Malvinas

El mal vino no me deja reponer de la nítida y oscura pesadilla
de Valeria Mazza besando al cordobés
que murió estaqueado, solo, entre los cuervos desangrado
En Resistencia aquí en los dos de abriles brindamos por él.

Fito Páez, álbum Abre

"Lo peor fue encontrar a los padres

de tus compañeros y decirles que sus

hijos no iban a volver. Jamás les avisaron.

Lo hicimos nosotros, casa por casa."

Hugo Sánchez, conscripto del ejército

Testimonio en Revista Viva, Buenos Aires,

Arte Gráfico,08/06/2008, p.50.


El regreso

"Es ilusión de estos olvidadores

que los otros las otras los otritos

no sigan recordando su vileza"

Mario Benedetti

Dejaron al miedo hacer su trabajo

terminando con su trabajo de hacer el miedo

Trataron de esconder la noche

que nos traía de la muerte

con las sonrisas saladas y los ojos secos

Tiraron nuestros pedazos

en la puerta del invierno

Pretendieron silenciar las voces de los muertos

e inventar otras con nuestro silencio

Firmen este pacto

callar es mejor que decir la verdad

y si el silencio les provoca nauseas

y sienten arcadas de verdades

vomiten mentiras

por dios y por la patria

No miren hacia atrás

y menos hacia el sur

Olviden olviden

ya están en casa.

Hugo Sánchez, conscripto de Ejército,

Disponible en www.hugoemiliosanchez.com

2) Pensar y responder:

  • ¿Qué tipos de experiencias está testimoniando cada una de las fuentes?
  • ¿Cómo se podría adjetivar el regreso de los actores del conflicto?
  • Relacionar las problemáticas planteadas en el ensayo con las selecciones documentales.
  • ¿Qué consecuencias de la Guerra de Malvinas se describen?
  • Para debatir: El silencio al que se hace referencia en el poema de Hugo Emilio Sánchez ¿creés que fue parte de un pacto?

3) Comparar la situación descripta en el siguiente testimonio con lo analizado en el ensayo:

"Llega el otro taxi, me tiro "lleváme hasta mi casa". Llego a casa, una y media de la mañana, la cuadra cortada, mis amigos, vecinos, y ... porque mi vieja llamó a todo el mundo "volvía Claudio". A todo esto, la vestimenta era: las mujeres camisón y tapado de piel, los hombres era pijamas y sobretodo [risas], pleno junio, un frío de cagarse, con la puerta abierta. Los más arriesgados en pijama se cruzaban viste a mitad de calle a charlar con los vecinos del frente, amigos míos, coches parados, todo. [...] Dobla el taxi en la esquina de mi casa. "Ah", ovación, me bajo en andas, saludos. [...] Me recibe toda la cuadra, yo aparte un tipo que me doy con mucha gente, que me conocen. [...] Así como estaba, todo el mundo adentro de mi casa, comedor, había no se, 60 personas, y conferencia de prensa [...]. Yo contestaba todo, hasta que mi tío [...] dice "bueno, lo dejan ir a dormir así.." "sí, bueno". Se van todos: "pero el sábado venimos y te hacemos la fiesta de cumpleaños y te da la bienvenida todo el barrio"."

Entrevista de Andrea Rodríguez a Claudio Guida (conscripto clase 62 de la Armada), en la Ciudad de Buenos Aires, 29 de noviembre de 2007

  • ¿Qué diferencias encontrás entre la recepción del gobierno nacional y la realizada a nivel local?
  • Para debatir: Cuando volvieron, ¿tuvieron que insertarse o reinsertarse en la sociedad?

Veteranos, combatientes…. sin opciones

            Muchos ex–combatientes no participan en los desfiles junto a las Fuerzas Armadas, aunque sí son activos socios del Centro de Veteranos de Guerra, o participan en la organización de la Guardia de las Estrellas que se realiza en las horas previas al 2 de Abril. Otros viven intensamente los recuerdos para dentro de sí mismos.

            Y eso, es parte de una concepción vinculada a la vuelta de Malvinas. "Mucha gente optó como identidad única de vida ser un ex-combatiente, el término veterano se instaura en los 90 con el cambio de ley que incluye a los militares", dice Miguel Montoya, Soldado Clase 62 en el RIM 8, que prefiere reconocerse como ex – combatiente porque "somos la carne de cañón que, con 18 años, fue enviada por un gobierno de facto a tapar un conflicto interno, somos los soldados que sin ningún tipo de opción participamos en una guerra... por eso hablo de soldados ex combatientes de Malvinas y no veteranos de guerra".

            Y aclara que "la guerra no fue una decisión del pueblo argentino... pero sí es una decisión del pueblo argentino el sentir que las Malvinas son argentinas".

            Pero no fue lo único, "después vino la democracia y con el juicio a los militares también nos metieron en la misma bolsa, no tuvimos red de contención... nadie te preguntaba qué habías sentido, te preguntaban por qué habías perdido".

            Con el transcurso del tiempo, "cuando uno se despega de lo militar y que uno no tuvo que ver con el Proceso te das cuenta que nosotros no perdimos la guerra, la ganó el Imperio, el mismo que después que nos gana sigue explotando el petróleo bajo las mismas compañías".

            La recuperación de Malvinas, piensa, "será cuando el petróleo no valga nada y cuando no les interese el paso, se va a lograr cuando a ellos se les cante la real gana, no porque reconozcan el derecho de soberanía".

            Los ex - combatientes "estuvimos 10 años escondidos en la memoria y al año 11 nos dieron una pensión de mierda, al año 25 nos dan una pensión decente... tu cabeza no puede esperar tantos años para sentirte bien".

 

Miguel, el soldado

           

            Miguel Montoya, abogado, es soldado clase 62, estaba con licencia hasta la baja porque había pedido prórroga porque había empezado a estudiar Geología en la Universidad Nacional de la Patagonia aunque le quedaba poco tiempo para finalizar ese período de instrucción en el RIM 8.

            Era, por lo tanto, un soldado con instrucción militar "y buena, porque tuvimos instrucción militar acá y en un gran operativo que se hizo en Río Gallegos donde participamos 10.000 soldados". El dice que de aquellos 10 mil sólo  500 fueron a Malvinas. ¿Por qué?  Por qué mandaron a la clase que recién entraba, a los chicos de la '63? Eso es imperdonable, desde el punto de vista militar es ilógico, después se puede perder pero no así...", sostiene.

            El 2 de Abril, como la mayoría de los argentinos, se enteró por la radio. Conciente de su situación -no tenía documento y suponía que lo iban a convocar- se fue a Sarmiento a despedirse de su familia". Era semana Santa y no les menciona su posible incorporación.

            Responde con su presencia al telegrama donde le dicen que debe presentarse o será considerado desertor.

 

En Bahía Zorro

                       

            El 12 de abril llega con su grupo a Puerto Argentino desde donde se trasladan a Bahía Zorroen Gran Malvina, "nos llevan con todas las cosas incluso los alimentos para todo el tiempo –después te das cuenta que pensaron que iban a jugar un rato, porque no llevaron ni armas ni provisiones para un tiempo indeterminado, no pensaron que si estás en una isla y te bloquean, tenés una limitada supervivencia-".

            Este conflicto, dice, "se podría haber terminado en forma violenta, como terminó o en forma no violenta, podrían haber esperado que nos muriéramos de hambre".

            Miguel recuerda: "mi grupo era de Comunicaciones, estábamos con el jefe de la Cía., el sargento ayudante y dos personas más, un cordobés, Jorge Jure y yo".

            Tenían la responsabilidad de transmitir los partes de alerta –roja, anaranjada-.

 

Queridos muertos

 

            "El RIM 8 tuvo cinco bajas en ese lugar. Perdimos siete personas, todos por accidentes... tres chicos se queman en una casa. Habían salido a recorrer la isla que es una estancia y, en uno de los puestos, se quedan a pasar la noche, se incendia la casa y mueren Antieco, Sosa y Noskowsky".

            Miguel relata con la voz firme, las palabras surgen con la transparencia de las lágrimas que vienen desde aquel tiempo. "Otro de nuestros muertos fue el chofer, que se destroza la pierna con esquirlas y pólvora y se le hace una cirugía con el cuchillo de un paracaidista le cortan la carne y con un serrucho de la estancia le cortan el hueso, sin ningún tipo de anestesia y muere durante esa 'cirugía', de un paro cardíaco. Esto lo puede contar cualquier soldado del 8... no teníamos ni una aspirina".

            Las palabras se atropellan en el relato, vienen murmuradas desde hace 25 años, "era una persona de 25 años, era Cabo en primer grado, chofer del jefe.... como no tenía que manejar hacía tareas generales, había ido en un tractor a buscar leña a la orilla del camino, -postes que se los estábamos quemando- pisa una mina propia, sembrada por nosotros". Miguel le gana a la impotencia y continúa:

            "Un profesional de la guerra no puede poner una mina antitanque al borde de un camino, el enemigo no viene por el camino, no iba a venir con auto y no iba a desembarcar tanques en una isla, el enemigo iba a llegar en helicóptero... hasta en las mínimas cosas te das cuenta de la falta de lógica... ese cabo no pisó la mina en medio del campo, sino una mina al lado del camino, como si el enemigo fuese a llegar por ahí".

            Hay otro chico que muere intoxicado por haber comido cordero en mal estado, no se pudo determinar que le pasó... ya era la época en la que faltaba la comida, después hay otros heridos por explosión en un pozo con municiones de morteros.

            Un soldado, Aguilera, resulta con graves quemaduras. "Después de muchos años lo vi con la cara totalmente destrozada… ese chico era de la zona de Esquel, y no creo que le hayan hecho ninguna cirugía reparadora".

            A Miguel le duele tremendamente el corazón cuando habla de estas historias.

 

La rendición

 

            Miguel recuerda que "el 11 de junio vino el Papa, el 14 es la rendición en Puerto Argentino y a nosotros nos van a buscar el 15. No sabíamos nada, esa noche no había comunicación; los jefes les permiten a los soldados ir a habitar las casas, para secarse las medias, calentarse. Jure y yo nos quedamos cuidando el equipo de comunicación".

            La noche transcurrió tranquila, "no hubo tiros ni bombas, nos despertamos y el sol estaba alto, eran las 11; nos llamó la atención que  nadie nos llamó, salimos del pozo como los topos, toda la campiña desierta... y nos preguntamos: qué carajo pasó?".

            "Empezamos a bajar con las armas en las manos, salen unos soldados y nos gritan que tiremos las armas... éramos los dos últimos tipos con fusiles, de casualidad, no por resistencia o viveza".

            Llegaron al grupo de viviendas y vieron a los ingleses, "tuvimos el dolor de ver la bandera arriándose, justo estaban haciendo el traspaso de la bandera, arriando la nuestra y subiendo la de ellos". Un momento tremendo.

            "Vimos montañas de armas... nos tomaron prisioneros, nos cargaron en una fragata y de ahí a un barco de pasajeros, muy grande, el Norland, que parecía una ciudad en medio del mar".

 

La incertidumbre

 

            En la fragata inglesa vive una experiencia límite, "por ser del Ejército no conocíamos un barco de guerra y la fragata, en la terminación de la cola, tenía dos lanchones de desembarco, esos lanchones se conectan con un compuerta hidráulica... nos subieron ahí, todos de pie con guardias a los costados... cierran la compuerta y nos mandan a mar abierto sin ninguna explicación. La sensación es que te van a tirar al mar".

            Iban todos en silencio, "un silencio tremendo… de 300 ó 400 tipos, cada uno se preguntaba qué iba a pasar pero nadie lo hablaba", era el silencio de la incertidumbre. "Nos dijeron que la guerra había terminado, pero no cómo había terminado y qué tenías que hacer, uno qué sabe de convenios internacionales, nada... sos prisionero que obedecés órdenes".

            16 de junio. Pasaron "unos 40 minutos tremendos, de pronto vimos en el mar algo como una ciudad, un barco de pasajeros de muchos pisos, el Norland, con capacidad para 1.800 pasajeros".

            En ese barco llegaron a Madryn el 18 de junio, por la tarde ya estaban en Comodoro Rivadavia.

 

Solos… solo con el alma

            En el puerto de Madryn había mucha gente que los esperaba, "pero no los dejaron pasar al puerto, nos sacaron directamente, pasamos por la base almirante Zar donde nos dieron de comer, después a Comodoro".

            El silencio se constituía con fuerza. "Había gente que se creyó la guerra, creían que iba a tener otro final y había mucho dolor como militar. No daba para discursos. En ese momento empezamos a percibir problemas entre ellos, hubo muchos militares que pidieron la baja apenas regresamos, son los que la pasan mal con nosotros".

 

            La tropa de soldados 'viejos' se rebela en silencio, "nos cambiamos, nos formamos y de tres en fondo encaramos para la salida". Una voz se sumó a la otra. "Eramos como 80, el chico de guardia, un soldado que no había ido a la guerra, grito dos veces alto y se corrió... salimos... eran las 11 de la noche del 20 de Junio".

            Nadie quería dormir, muchos de los que no tenían familias salieron igual.

            En la calle, "el chofer no te cobraba el pasaje, la gente te daba plata, era una mezcla de vergüenza, dolor... la gente te veía y te daba plata... salimos solos, solos con el alma".

 

Hablar era soñar

           

            Miguel se fue a la casa de su cuñado con los mismos que compartió el pozo y "por primera vez hablamos... allá había algo de represión que no te permitía hablar, aunque nadie te lo prohibía... No tenías futuro, de qué ibas a hablar?".

            "Hablar era soñar... de qué ibas a hablar si no podías soñar?". Esa noche tenían necesidad de salir, de sentarse junto a una pava y un mate y hablar. Al otro día volvieron al regimiento, "nadie se escapó, nadie se fue a Córdoba, necesitábamos una válvula de escape y nos dimos permiso a nosotros mismos".

            Los oficiales desconfiaron de estos soldados rebeldes y deciden darlos de bajo, A los de Córdoba los pusieron en un colectivo. A los que de acá les dieron el documento y un portón abierto a la distancia.

            El describe "entre la guardia y la salida hay unos 200 metros, empezamos a caminar, cada vez más rápido, empezamos a correr, teníamos la sensación que te iban a llamar. Cuando traspusimos la última guardia empezamos a correr hasta llegar hasta el barrio de km. 8… que no vayan a llamarte de nuevo…".

            Salían del Regimiento con la misma ropa con la que se habían presentado y la mochila invisible que, desde entonces, cargan para siempre.

 

El miedo

 

            El miedo, asegura, "es una cosa que después que pasa es una experiencia limite que es fundamental para tu vida... cuando uno ve la cobardía de un sonso que tiembla porque lo van a despedir del trabajo, ese no sabe lo que es el miedo, después de la guerra, en muy pocas ocasiones sentí miedo. Es una experiencia límite, tan limite que después de eso no hay adrenalina que puede hacerte sentir esa vivencia de límite".

            El miedo, dice, se convierte en acción. "Nunca vi entre mis compañeros una actitud de esconderse, no existió, y vos sabés que te vas a morir, sabés que cuando están tirando 200 cañonazos en alguno podes volar al carajo, lo escuchas que caen y la sensación de la adrenalina es que cada vez caen más cerca... y que no paran. Tenés el corazón en la boca y no te paraliza, estás listo para actuar".

 

            La derrota, tan asociada a la cobardía o a la falta de capacidad, les impidió a muchos combatientes hablar sobre lo que les pasaba. Además, "ser ex combatiente era un escollo, laboralmente era jodido, decían no lo jodás porque es loco... que haga lo quiera... y eso no servía"-

            "Nunca permití que me faltaran el respeto. Nunca pedí una licencia por ser ex combatiente. A los compañeros, a los que murieron o quedaron mal, no les debemos lástima".

            Además, "de qué ibas a hablar? Nosotros éramos una clase más que iba a la colimba para contar toda su vida las boludeces que hizo pero a nosotros nos cambio la historia. Tu papá, tu abuelo te contaron las maravillas de la colimba a través del inconciente selectivo, porque sólo se acordaban de las travesuras, el inconciente no quiere traer el dolor, trae lo mejor de toda esa mierda".

            Los abuelos que estuvieron en la guerra, "no te hablan porque no hay cosas de las que no se pueden hablar, porque no se puede abrir la misma herida siempre. Uno se autoprotege y cada vez hay que tener más valor para abrir la caja de esas vivencias".

 

 

Elvira Córdoba

Periodista y Docente

 

Comodorenses, hijos de chilenos, en la guerra

En distintos momentos de la historia de nuestro país se tejieron versiones sobre el interés de los chilenos por quedarse con la Patagonia, con tal río o con tal montaña y han tratado, con cierto éxito, dividir familias y vecinos. La discriminación marcó profundas huellas en nuestro modo de comunicación y lamentablemente cuando se quiere desvalorizar una conducta o un objeto, muchos comodorenses dicen 'qué chilote'. Lamentable. Los chilotes son los originarios de una bella isla que es punto clave para el turismo internacional. Gente de una extraordinaria y antigua cultura donde la realidad convive con mitos y leyendas que son, en definitiva, lecciones para ser buenas personas. Y lo son.

       Pero no es el tema central en este artículo. Esta es la historia de vida de un soldado argentino que estuvo en el combate de la Isla Georgia, y de cómo es apartado de una compañía, como a otros cinco soldados comodorenses, sólo por ser hijos de chilenos. Sin embargo, luego son elegidos para poner el cuerpo a las primeras balas inglesas.

       Aquí la historia de Manuel Borquez, soldado combatiente en la Isla Georgia.

 

Manuel tenía 18 años cuando regresa al Batallón 2 de la Armada, en Bahía Blanca, luego de visitar a sus padres en Comodoro Rivadavia. Es enero de 1982 y cumple con el servicio militar obligatorio. Nadie hablaba de guerra, pero a él lo cambiaron de sección sólo por ser hijo de chilenos.

Los 'colimbas' de Comodoro Rivadavia con la misma situación son Carlos Urra, Carlos Schuasemberger, Mario Almonacid, Juan Zúñiga y Manuel Bórquez. A los dos primeros los mandan a un comando de servicio, los otros tres van a la compañía Alfa, curioso destino porque es la primera sección en prestar servicio en caso de guerra. Pero de eso no se habla por el momento.

A fines de febrero se redobla la instrucción y a Manuel le llama la atención. "Todo el día, hasta con gomera, nos daban charlas de supervivencia en combate a cargo de suboficiales retirados, algunos habían estado con la guerrilla en Tucumán", recordó muchos años después.

 

El desembarco

 

Un día, de la noche a la mañana desaparece una sección completa de la compañía, 30 soldados con suboficiales y oficiales... nadie vio nada[1]. El 27 de marzo Manuel se entera que su compañía sale a Río Grande. La noche del 2 de abril, Manuel y sus compañeros esperan entrar en ese puerto. Es lo que creían.

El 3 de abril amanece. El cocinero los anima a tomar un gran desayuno, como si fuera el último de sus vidas. Manuel se acerca a su amigo Mario Almonacid porque lo ve preocupado, este muchacho, hijo de chilenos vivía en el barrio Ceferino y estaba siempre de bueno humor, pero ese día, en ese momento, el muchacho tenía una extraña tristeza que no podía poner en palabras.

Mientras esperan entrar al puerto les dan la orden de trasbordo al buque Bahía Paraíso. Fusil y 200 proyectiles para cada uno. Había una extraña sensación en el aire, pero nadie dice nada, sólo que iban a hacer un 'viajecito'.

 

El 3 de abril, un día espectacular

 

Manuel tiene 18 años y es curioso. El 3 de abril a las 9 de la mañana salió a cubierta para disfrutar el día soleado, ahí se tropieza con un hombre que no olvidará jamás, "era el capitán Astiz, jefe del famoso grupo Lagarto Verde".

Cerca del mediodía marcharon a la factoría, un caserío a 300 metros de la costa. Un helicóptero Puma los espera, les dicen que se van a separar en tres grupos y "antes que toque tierra, el piloto les va a avisar y tienen que saltar para atrás como si fuera del colectivo", pavada de entrenamiento.

Antes de eso, el enfermero se acerca y les pone una inyección en el brazo, le dicen que es para el mareo, después se entera que los habían drogado.

Los muchachos están convencidos que al frente está Río Grande, hasta que "cinco minutos antes de subir al helicóptero el teniente de navío Giusti nos comunica que estábamos en la Isla Georgia, que al frente estaban los ingleses y que teníamos que recuperar la isla".

        

A la guerra no declarada

 

El primer grupo ya está en tierra, es el turno del grupo donde están Manuel y Mario. Cuando están a punto de aterrizar empiezan los disparos, "no se entendía nada, nos disparaban desde abajo, cinco minutos antes nos habían dicho que estábamos en una guerra... me hieren, un tiro pega en la cabeza de Almonacid, otro disparo pega en el cargador de otro muchacho, explota, cuatro... cinco heridos más, el helicóptero pega una vuelta se posa en la montaña y bajamos todos, caigo en la nieve, yo sentía un ardor al costado y al lado de la nariz", dice Manuel. Saltan, ya están en tierra, Manuel busca a su amigo Mario, "me dicen que está muerto, y a los tirones me sacan de ahí porque los ingleses nos seguían disparando".

 

Armas que no sirven

 

Manuel y sus compañeros mantienen la calma pero no ven desde donde les disparan, no lo dejan buscar el arma de su amigo Mario que está muerto dentro del helicóptero. Al final, encuentra una ametralladora y cuando está a punto de disparar, "el teniente Giusti viene y me apunta con una 45 en la cabeza". El teniente le dice que dispare "pero no donde están los ingleses, que si vos matás uno yo te tengo que matar a vos... la guerra no está declarada". El muchacho le responde "pero para ellos sí está declarada".

 

"Para esto están los colimbas"

 

Es un juego de guerra, su fusil está roto, las granadas de los cabos no explotan pero el combate sigue. Cuatro horas dura este 'juego' hasta que la corbeta Gerrico descongela la grasa de los cañones, alcanzan a hacer tres disparos pero fuera del blanco a propósito.. La tropa de los 22 ingleses sale de la factoría con una bandera blanca, se rinden, es el momento de los 'lagartos' comandados por Astiz, "bajaron, plantaron la bandera Argentina y fueron los héroes oficiales, nosotros sólo fuimos carne de cañón, Astiz lo dijo después... para eso habían venido los colimbas, que bajen ellos, después bajamos nosotros".

 

Después...

 

Manuel está herido en la enfermería del Bahía Paraíso, "estaba con Juan José Cocón, que tenía una bala en la nalga, Luis Cobos un cabo mozo de la corbeta que salió a mirar porque había sonado la alarma de combate y Peter, un inglés de 21 años, que tenía una bala en el brazo".

Desde la Isla Georgia salen rumbo a Puerto Deseado, ahí lo buscan para reconocer el cuerpo de Mario, después los llevan a Puerto Belgrano, "nos hicieron bajar de noche porque había mucha gente esperándonos, no querían que tengamos contacto con la gente", en el hospital naval queda internado durante quince días.

 

Licencia y amenazas

 

En medio de la guerra, a Manuel le dan una licencia después de salir del hospital con una advertencia que le da el segundo comandante del batallón: si habla y cuenta algo de la guerra, le juraron, lo iban a matar.

Manuel llega a su casa en la esquina de las calles Aristóbulo del Valle y 13 de Diciembre. Los vecinos se enteran que está en casa, el va al cementario con un ramos de flores para su amigo Mario. En eso estaba cuando lo encuentra un periodista y le quiere hacer un reportaje.

Manuel no tiene permiso para hablar. El periodista lo lleva al Comando para que le den autorización, le dicen que hable de cualquier cosa menos de lo que pasó en la isla". Manuel aparece en la televisión y la Revista Para Ti, pero sin decir una palabra de la Isla.

La guerra termina el 14 de junio, dos meses después lo llevaron a la Escuela de Mecánica de la Armada para recibir una condecoración, estuvo el Almirante Anaya, Isaac Rojas... y me dan licencia el 18 de setiembre de 1982", qué coincidencia... el día de la Independencia de Chile, el país donde sus padres nacieron.

 

Manuel Borquez es el único sobreviviente de los tres comodorenses que estuvieron en la Isla Georgia, Juan Zúñiga, dice "se quedó en la isla para cuidar, después los ingleses lo llevaron prisionero a la Isla Ascensión... un día aparece en el batallón a la madruga 'qué hacés Cachilo' le digo, volvió y a los dos años murió en el hospital Regional por una mala praxis, lo internaron con una peritonitis y se pasaron con la anestesia, pero nadie se hizo cargo"[2].

"Me llamo Manuel Borquez,  y esta es mi historia".

 

 

 

Elvira Córdoba

Periodista y Docente



[1] Se trata de la sección que desembarca en la Isla Gran Malvina, el 2 de abril de 1982.

 

[2] Testimonio de Manuel Bórquez. Entrevista realizada por Crónica el 15 de noviembre de 2000.

 

Regresos

La Guerra de Malvinas fue el conflicto armado que enfrentó a Gran Bretaña y Argentina por los territorios insulares del Atlántico Sur (islas Georgias, Sándwich y Malvinas) entre el 2 de abril y el 14 de junio del año 1982. Fue el único conflicto internacional que protagonizó la Argentina en el siglo XX. 

Desde el 24 de marzo de 1976 las fuerzas armadas se habían adueñado del gobierno estableciendo una dictadura militar. Este régimen, a principios de la década del ´80, sufría una grave crisis económica, social y política[1]. En este contexto, el hecho de ocupar las islas Malvinas, territorios que históricamente habían sido reivindicados como parte de nuestra nación[2], podría ser interpretado como una acción tendiente a recuperar la legitimidad política perdida ante la sociedad por las fuerzas armadas.

En la guerra participaron el Ejército, la Fuerza Aérea, y la Marina, tanto cuadros militares como conscriptos, que eran jóvenes de 18 y 19 años -en su mayoría- que estaban bajo bandera[3]. La movilización a las islas comprometió 14 mil hombres[4], de lo cuales 300[5] aproximadamente no regresaron.

Tras duros enfrentamientos, y al cabo de los 74 días que duró el conflicto, se firmó la rendición argentina. A partir de ese momento, las tropas quedaron como prisioneros de guerra de las fuerzas británicas en distintos puntos de concentración, durante un período que osciló entre 6 y 30 días.

El regreso, que es el tema de este ensayo, comprendió no sólo a quienes retornaron luego del 14 de junio, sino también a aquellos que volvieron previamente por distintos motivos: hundimientos de buques, prisioneros de la primera batalla en Darwin, heridos, entre otros.

El retorno fue un largo camino que empezó con el primer contacto con el continente en distintas ciudades patagónicas (Puerto Madryn, Trelew, Comodoro Rivadavia, Punta Quilla), pasando por las diversas unidades militares, hasta llegar a los distintos  destinos, es decir los lugares donde habían sido convocados para ir a la guerra.

 

 

 

 

"Llegaron de noche, por la puerta de atrás"

 

Nos llevaron a Campo Sarmiento, que era en Puerto Belgrano, un galpón enorme, y nos sentaron a todos en el piso alrededor del galpón. Y en el galpón así en el medio, había como... como mesitas, así, como de escuela, pupitres, así, con dos sillas, con un militar de inteligencia. Y te sentaban a vos adelante, el tipo escribía, te tomaban declaración de todo lo que habías hecho, de qué habías visto, qué opinabas. Después te terminaban de tomar declaración, firmabas la hoja, y decían "de esto, no se habla con nadie, esto se tiene que olvidar, recuerden que tienen familia". Una amenaza viste, como que te podía pasar algo si hablabas de eso, "no se habla con la prensa ni con la familia, ni con nadie."[6]

 

Fueron 74 días de guerra. Desde que pisaron el continente hasta que pudieron reencontrarse con sus familias pasaron 6 días y, a veces, más.

La sociedad argentina no supo del retorno de los protagonistas de la guerra. Las autoridades militares, mientras pudieron, utilizaron todo tipo de estrategias para esconderlos. Los soldados cuentan que el traslado desde el aeropuerto hasta sus respectivos destinos fue de noche y en vehículos sellados, es decir sin posibilidad de ver el exterior y ser vistos por la población. De hecho, muchos de los que habían arribado con la luz del día, tuvieron que esperar hasta que oscureciera para poder partir.

Una vez en destino, el silencio fue la clave. Algunos fueron recibidos y felicitados por las autoridades militares, pero la gran mayoría no fue tan afortunada, y directamente fue encerrada en algunos de los galpones de los cuarteles, donde fue aleccionada por personal de inteligencia militar. Se exigió silencio sobre las experiencias vividas, sin distinguir jerarquías. Pero según el rango militar, los modos de imponerlo variaron.

¿Qué sucedió con cada sector?

Los oficiales y suboficiales fueron conminados a redactar un informe detallado en el que  debían explicar extensamente el accionar del grupo del que estuvieron a cargo en la guerra. Este trabajo fue extenuante, porque en muchos casos llevo más de un día de elaboración, y esto retrasó el reencuentro con sus familias.

Este sector, que desde antes de la guerra pertenecía a las fuerzas armadas, tenía incorporada como práctica el silencio institucional. Por lo tanto, no fue necesario para el personal de inteligencia imponer "discreción", ya que era parte de un pacto de silencio previo. Como afirma un suboficial: "la ropa sucia se lava en casa"[7]. Aunque también hubo casos de suboficiales que explícitamente fueron instados a callar, apelando a la amenaza personal.

Los conscriptos recibieron una persuasión conjunta: personal de inteligencia y capellanes militares los intentaron convencer que su silencio evitaría un sufrimiento aún mayor a sus familiares y otros allegados. En el mismo sentido usaron el argumento de que la sociedad dolida por la derrota podría agredirlos, ejemplificando con rumores sin asidero en la realidad, como aquel que contaba que los pasajeros de un tren habían arrojado a un conscripto con el vehículo en marcha. Con este tipo de estrategias, las fuerzas armadas intentaron trasladar la decisión política de imponer silencio sobre lo ocurrido en la guerra, hacia la sociedad, haciendo parecer que eran los ciudadanos quienes necesitaban ese silencio, aprovechando la situación de dolor por la derrota.

¿Qué es lo que las fuerzas armadas querían soslayar?  El mero hecho de la derrota militar, y la pésima planificación estratégica y logística de la guerra. Ellos mismos con elocuencia admitían: "…´sabemos que no comían bien, sabemos.... pero de eso no se habla'."[8]

¿Por qué querían esconder esa realidad? Porque develarla implicaba sumar a la crisis general del gobierno militar, un factor que socavaba su razón de ser institucional: la derrota militar demostraba que además de sus graves errores políticos en el gobierno, habían fracasado en su función específica, la defensa de la soberanía del territorio nacional.

Entonces también fue necesario mejorar el aspecto físico de los que volvieron con muchos kilos menos, sin higienizarse por semanas y con la misma ropa con la que partieron. Al llegar a sus destinos, inmediatamente se revirtieron las tres carencias: les dieron insumos de higiene, les proporcionaron uniformes nuevos y limpios, y los encerraron para alimentarlos hasta llegar a un peso saludable durante el tiempo que fue necesario, como explica un conscripto: "Nos tuvieron en engorde una semana en Campo de Mayo y una semana más en Sarmiento. Nos daban pastas, ravioles, fideos, no hacíamos nada: descansar, comer y dormir. Así que nos inflamos, llegamos bastantes gorditos."[9]

Las respuestas a tales propuestas fueron distintas. Quienes pertenecían a las fuerzas armadas acataron el mandato. Algunos, si bien en sus actos y declaraciones guardaron las formas, no acallaron en su interior la disconformidad y la angustia por no poder hablar de esas experiencias que aún hoy asumen con honor. En cambio, algunos conscriptos mostraron resistencia abiertamente, porque en definitiva ¿qué autoridad tenían esas personas que no habían estado en la guerra para exigirles que no hablaran de sus experiencias recientes?

 

Reflexiones finales

 

Yo siempre digo que ahí [durante la recepción en su destino] [...] ahí nos empezaron a hacer sentir, nos hicieron sentir vergüenza de ser veteranos de guerra, y es uno de los motivos que nos llevó 20 años de poder empezar a hablar de esto. [...] Y ahí ya nos hicieron sentir vergüenza de  haber... [...] Te sentís culpable de la derrota.[10]

El Estado Argentino no estaba preparado para una guerra, ni mucho menos para contener a quienes regresaban. La imposición de silencio fue una de las soluciones que encontró el gobierno militar para esconder las propias falencias institucionales. El impacto fue profundo y duradero: hoy, 26 años después, todavía hay protagonistas que no quieren o no pueden hablar de sus experiencias. Muchos otros, no resistieron la imposibilidad de la palabra y se suicidaron.[11]

El gobierno militar tampoco se hizo cargo responsablemente de otras necesidades de la posguerra. Sobresalen en los testimonios dos dificultades en particular: la carencia de cobertura médica en tratamientos de índole psicológica para estos actores que traían de la guerra experiencias traumáticas muy difíciles de elaborar; y  la difícil inserción laboral.

En ocasiones, los representantes de las fuerzas armadas ni siquiera cubrieron las obligaciones institucionales más básicas, como informar personalmente a los familiares de los fallecidos en la guerra, delegando esa responsabilidad en los sobrevivientes del conflicto.

 

La Guerra de Malvinas, y con ella las experiencias de sus protagonistas, se ha intentando esconder bajo varios mantos de silencios: al silencio oficial del gobierno militar de la posguerra y de los gobiernos democráticos, se sumó el de la gran mayoría de la sociedad, ya que para la misma recordar el conflicto implicaba cuestionarse su propia participación y responsabilidad en el mismo.

El silencio sobre las experiencias que fueron y son fundamentales en la vida de estos actores, a partir de las cuales han construido su identidad y su lugar de pertenencia en la sociedad, contribuyó a profundizar los traumas de posguerra, haciendo que muchos de ellos aún hoy no puedan hablar del conflicto y no logren otorgarle un sentido a sus vivencias.

Creemos que, a 26 años del conflicto, es necesario crear espacios de divulgación y debate sobre lo sucedido en Malvinas; que es relevante sumar las voces de estos actores a la discusión para complejizar nuestra historia reciente; y evitar, así, la desaparición de una -entre otras- parte de nuestra historia y miles de memorias por incomodidad.

 

Autoras

M. Florencia Fernández Albanesi* y Andrea B. Rodríguez**

 

Universidad Nacional del Sur

floferalba@hotmail.com- andrea_belen_rodriguez@yahoo.com



* Alumna avanzada de la Licenciatura y Profesorado en Historia de la UNS.

** Profesora en Historia. Alumna avanzada de la Licenciatura en Historia, UNS.



Bibliografía

 

Guber, R. (2001) , ¿Por qué Malvinas?. De la causa nacional a la guerra absurda. Buenos Aires: F.C.E.

 

Lorenz, F. (2006), Las Guerras por Malvinas. Buenos Aires: Edhasa.

 

Speranza, G. y Cittadini, F. (2005), Partes de Guerra. Malvinas 1982. Buenos Aires: Edhasa.

 

Fuentes

 

 Entrevistas realizadas por Andrea Belén Rodríguez en el año 2007, a los integrantes del Apostadero Naval Malvinas, unidad logística de la Armada, para su tesina de la Licenciatura en Historia.



[1] A partir de comienzos del ´80, los síntomas de la crisis comenzaron a evidenciarse: las denuncias nacionales e internacionales por las múltiples violaciones a los derechos humanos, sumadas a la incipiente movilización obrera por el descalabro económico provocado por la inflación de precios, en el marco de un gobierno inconstitucional con graves falencias administrativas e institucionales, provocaron una pérdida de legitimidad del régimen militar.

[2] Desde la ocupación de las islas por parte de fuerzas británicas en el año 1833, la cancillería argentina ha reclamado la soberanía sobre ellas al gobierno inglés y ante organismos internacionales, como la ONU.

[3] En el año 1901, se implementó por ley el servicio militar obligatorio para todos los ciudadanos hombres mayores de 21 años. A partir de 1973 la edad de reclutamiento pasó a los 18 años. Finalmente, en 1994 a raíz del caso Carrasco, la ley fue derogada.

Los términos conscriptos, civiles bajo bandera y soldados se entienden por sinónimos.

[4] En esta cifra no están considerados los tripulantes de los diferentes buques que estaban en la zona. De ser así la misma se duplicaría.

[5] No se consideran los tripulantes fallecidos.

[6] Entrevista a Ramón Romero, cabo primero- Armada, en Bahía Blanca, Buenos Aires,  22 de junio de 2007.

[7] Entrevista a Abel Mejías, cabo segundo- Armada, en Punta Alta, Buenos Aires, 17 de noviembre de 2007.

[8] Entrevista a Ricardo Rodríguez, cabo principal- Armada, en la ciudad de Buenos Aires, 27 de noviembre de 2007

[9] Testimonio de Guillermo Huircapán, conscripto del Ejército clase '62, en Speranza y Cittadini, p. 185

[10] Entrevista a Ramón Romero, cabo primero-Armada, en Bahía Blanca, Buenos Aires,  22 de junio de 2007.

[11] No existen cifras oficiales, pero se calculan que hasta el presente ya 400 veteranos se suicidaron en la posguerra, cifra que supera a los caídos en las islas.